Vuelvo al blog con un tema que me gusta mucho: la didáctica. Voy a
hablar sobre las ventajas de la didáctica
aplicada a la traducción (que no la didáctica de la traducción).La pregunta
desde la que parto es ¿por qué enseñar es bueno para un traductor?
Principalmente porque ayuda a desarrollar dos competencias fundamentales para el traductor: la
competencia cognitiva y enciclopédica.
Enseñar ayuda a aumentar tu conocimiento sobre ciertos temas, a enfocarlos de distinta forma y a aprender qué léxico y terminología se usa en ciertas
disciplinas. Desde que empecé a tener contacto con estudiantes de traducción
veo cómo hablan los alumnos, cómo se expresan, que variación usan según su
situación y qué registro es el adecuado según el alumno. He aprendido a corregir
y revisar, a conocer cómo una persona ordena una realidad y cómo la va organizando
a la vez que va aprendiendo. Y es que al fin y al cabo, conocer todos estos
parámetros es lo que luego un traductor domina, consciente o inconscientemente,
en su trabajo.
La idea de que la
traducción es un servicio es más que clara. Además, se trata de un servicio
cuyo fin principal es que un receptor acceda a cierta información. La forma en
la que llega la información es clave según los tipos y modalidades de
traducción. Esto ocurre exactamente igual que en la didáctica: la forma en la que enseñas depende de tu receptor, de su
conocimiento, de sus habilidades, actitudes
y aptitudes. Podríamos
decir que, desde una perspectiva muy general, uno de los fines de la traducción es enseñar, instruir e informar.
Normalmente el proceso de traducción tiene en cuenta multitud de parámetros para que
el propio producto lingüístico llegue a un receptor. Este producto debe ser
claro, debe ser conciso. Debe informar. No obstante, cuando esta claridad y
concisión se vuelve oscura o casi incomprensible puede deberse, precisamente,
al encargo de traducción (por ejemplo si una empresa de traducción te encarga una novela
de terror o suspense).
Casi siempre, el objetivo del producto lingüístico es instruir.
Por ejemplo, me pidieron dar clases de sintaxis teórica a un alumno de la ESO.
¿Para qué quiere un profesor examinar a un alumno de ESO de teoría de la
sintaxis? En realidad, por mucho que cuestione el comportamiento de ciertos
docentes, el único interés que hay en mí es que el alumno adquiera el
conocimiento suficiente para afrontar ese «reto» académico, y que entienda y
domine la materia. De ahí que pueda decirse eso de «el cliente siempre lleva la
razón». Aunque, ¿es esto del todo cierto
en traducción (incluso en la docencia)? Existen momentos en los que es
precisamente el cliente el que determina un estilo o terminología que permanece
invariable y que, además, puede ir en contra de nuestras consideraciones como
lingüistas. Resumiendo, que por mucho
que no nos gusten las palabras empleadas por el cliente, es él quien las
decide.
Otra de las similitudes en ambos campos son los «milagros». Por
mucho que sepas, por mucho que se te de bien una cosa, por mucho que hayas
traducido los textos más difíciles que hayan existido, nadie realiza milagros.
Lo imposible: en el campo
de la traducción, editar y traducir una web con terminología institucional
en dos o tres días y, en el campo de la docencia, conseguir que, en tres
semanas, un alumno del último curso de la ESO adquiera un nivel B1 de inglés
cuando ni siquiera sabe decir «Me llamo tal y tengo tantos años»; preparar
selectividad a otro alumno con un nivel de comprensión y redacción ínfimos (en
realidad «ínfimo» es un ínfimo adjetivo en comparación con el
atributo real…); asegurar un aprobado en un examen sobre teoría de la sintaxis
el día de antes o convertir a un alumno en un orador decente cuando demuestra
una nula (pero nula, nula…) habilidad y
aptitud para hablar y comunicarse en público en registros distintos al
cotidiano.
Muchos no verán muy clara esta relación pero estas últimas odiseas me han permitido aumentar muchísimo mi
vocabulario, mis habilidades sociales y comunicativas, el conocimiento sobre
una materia y su relación con otras. Mucho más importante, al menos, personalmente,
me han enseñado a reformular y a traducir mis propias palabras
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